Memorias del Taita Cáceres, el Brujo de los Andes.
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Hugo Pereyra Plasencia, historiador y diplomático peruano, reivindica la figura de Andrés Avelino Cáceres, el ejército chileno no pudo capturar al Brujo de los Andes. A continuación, algunas citas del mencionado autor:
“Bastante difícil es, señor general, dar caza al famoso Cáceres desde que tiene tantos elementos de movilidad y está acostumbrado a hacer larguísimas jornadas. Sin embargo, no cesaré en perseguirlo, aunque sea a costa de los mayores sacrificios”. De una comunicación oficial del coronel Marco Aurelio Arriagada a Patricio Lynch. Huaraz, 21 de junio de 1883. Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico, 1891, t. VIII, pp. 182 y s.
(Hugo Pereyra Plasencia, Una Aproximación Política, Social y Cultural a la Figura de Andrés A. Cáceres entre 1882 y 1883. Tesis para optar el Grado Académico de Magíster en Historia. Pontificia Universidad Católica del Perú. Escuela de Graduados. Lima – Perú, 2005, pág. 239).
“Se hace sentir, poderosamente, la ausencia de una edición crítica de las cartas y textos oficiales suscritos por Andrés A. Cáceres. Es una omisión importante de la historiografía peruana, sobre todo por estar referida a un personaje que no sólo fue el alma de la Campaña de La Breña sino que fue hasta tres veces cabeza del ejecutivo, si añadimos al tiempo de sus presidencias constitucionales (1886-1890 y 1894-1895) el lapso que corre desde su asunción a la presidencia provisoria de la República en julio de 1884, a inicios de la guerra civil contra Miguel Iglesias, hasta su elegante dimisión ante el Consejo de Ministros en diciembre de 1885, en el marco de la transición hacia las elecciones del año siguiente”.
(Hugo Pereyra Plasencia, op. cit., pág. 19).
El 13 de enero de 1881 se había dado la Batalla de San Juan en la que combatió Andrés Avelino Cáceres, quien fuera vencedor en la Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879. El entonces Coronel peruano en la defensa de Lima, estaba seguro del saqueo, borrachera, incendio y sangre en Chorrillos por parte del ejército chileno, era partidario de un ataque sorpresivo contra el ejército chileno. El dictador Nicolás de Piérola lo rechazaría.
En las Memorias de Andrés Avelino Cáceres está escrito su plan de ataque:
“Inmediatamente me dirigí al general Silva y le propuse el proyecto que acababa de concebir, obteniendo su aprobación, pero agregando este que no podía autorizarme para tal empresa sin el consentimiento del dictador. Llegado que hubo Piérola, a eso de las diez de la noche, el general Silva, puso en su conocimiento mi propósito, pidiéndole al mismo tiempo su aprobación y manifestándole la conveniencia de realizarlo. Pero el jefe supremo lo desechó diciéndole: “El plan del coronel Cáceres encierra un sacrificio estéril e inútil, porque el ejército chileno se encuentra formado en los alrededores de Chorrillos, y los que saquean son unos cuantos”. El dictador estaba mal informado en esos momentos, pues como se supo más tarde, mis presunciones eran fundadas, y era el grueso del ejército el que se había entregado aquella noche al más completo desenfreno”.
(Andrés A. Cáceres, Memorias. La Guerra del 79 y sus Campañas. Con otros documentos sobre la Campaña de la Breña. Editorial Milla Batres. Lima, 1986, Vol. 1, pág. 137).
El militar peruano César Canevaro, también estaría a favor de un ataque sorpresivo contra el ejército chileno. El político chileno Manuel José Vicuña y el Ministro de Guerra de Chile opinaban que si el ejército peruano atacaba se perdería la obra de Chile.
Manuel J. Vicuña, testigo de los acontecimientos, escribió en su Carta Política (1881), lo siguiente:
“Recuerdo que con el ministro de la guerra, hacíamos esta reflexión: Cómo nos iría esta noche si los peruanos, con un poco de audacia vinieran a atacarnos en número de cuatro mil hombres, solo de cuatro mil! Todo esto se lo llevaba el diablo, me decía el ministro, i la obra de Chile, con su tremenda campaña i sus innumerables victorias, se perdería miserablemente en una hora”.
“¡Quién nos diría, amigo Ibáñez, que aquello que como simple hipótesis, como mero recelo, conversáramos en nuestra tienda de campaña, estuviera precisamente discutiéndose i verificándose allá en el campamento enemigo!”.
“El coronel Canevaro le decía a Piérola: con mi fortuna i con mi vida le respondo a usted de que esta noche doi cuenta de los chilenos si me confía cinco o seis mil hombres para ir a sorprenderlos, en medio del desorden i borrachera que inevitablemente les habrá traído el saqueo de Chorrillos, i cuya prueba está ahí, en aquellas llamas que divisamos”.
(Manuel J. Vicuña. Carta Política [sobre la Guerra Chileno-Peruana]. Imprenta de “La Actualidad”. Lima, 1881, pág. 124).
Luego de las derrotas de San Juan (13 de enero de 1881) y Miraflores (15 de enero de 1881), Andrés Avelino Cáceres marcharía a la Sierra, para emprender la resistencia, la Campaña de la Breña, con un ejército regular y un ejército de campesinos, breñeros, guerrilleros, los avelinos, hablantes del idioma quechua como él, lo llamarían el “Taita” Cáceres, palabra quechua que significa “el papá”, mientras los chilenos le dirían el “Brujo de los Andes”, por sus grandes estrategias militares, realizando una guerra irregular, la guerra de guerrillas. Las victorias de Marcavalle, Pucará y Concepción (año 1882), provocan una crisis política en Chile; la derrota peruana se da en la Batalla de Huamachuco el 10 de julio de 1883. Era Presidente Regenerador del Perú, el General Miguel Iglesias Pino de Arce. Se suscribe el Tratado de Ancón del 20 de octubre de 1883, tratado que cede a Chile la provincia de Tarapacá a perpetuidad, además las provincias de Arica y Tacna por diez años.
Andrés Avelino Cáceres se refiere al General Iglesias como “…un teniente chileno, que obedece a los propósitos chilenos, que vive bajo la sombra de los chilenos, que cede territorio y dinero a los chilenos…”, en su carta de respuesta de fecha 31 de diciembre de 1883, a un ciudadano peruano no identificado residente en Lima, publicada por “La Prensa Libre” de Lima, el 20 de febrero de 1884. Tacna se reincorpora en el seno de la patria en el año 1929, siendo Presidente del Perú Augusto B. Leguía.
Termino con lo escrito por el historiador Jorge Basadre en “Efigie de Cáceres”:
“Él solo hizo la tarea de muchos hombres. Fue como la proa de una nave que caminara aunque fuese mutilada. Los harapos de sus soldados brillaban como una bandera al sol. Parecía este puñado de hombres llevar la patria en brazos. Y hubo momentos en que pudo decirse que en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres”.